lunes, 14 de diciembre de 2009

de olas y mares


Esta fría mañana, al amanecer, las olas llegaban una tras otra como buscando mis pies.

El tranquilo mar, hoy embravecido, quería llamar mi atención.

Recordé una leyenda sobre un estudiante zen y su maestro que le decía que el mar era como su cerebro y las olas los pensamientos que llegan sin cesar, uno tras otro.

“No te apegues a los pensamientos, deja que vengan y vayan.”

¡Cuantas veces quise surfear en olas que me ahogaban!.

Otras tantas supe mantenerme en la cresta lo suficiente como para que llegara una ola mayor y me aplastara contra el fondo….de mis pensamientos.

Refugio de niñez y consuelo de adolescencia.

También he visto otros mares menos melancólicos. Y he visto marineros con manos ajadas que trataban al mar de igual a igual en desiguales condiciones.

He visto mujeres llorar a orillas de un mar que les secuestró a sus hombres…a sus hijos.

He buscado sirenas que me transportaran a su mundo. Algunas supieron invadir mis sueños y mostrarme lo que ya imaginaba.

Lejos de casa siempre busco un mar que me comunique con la otra orilla y me haga sentir cerca lo que añoro.

Bálsamo espiritual.

He encontrado un mar que me ha acogido con calidez. Supe bañarme en sus aguas y supo ganarse mi confianza.

Desde esta orilla no busco la otra. Lo que añoro cuando estoy lejos, ahora está cerquita.

En esta misma orilla, esta fría mañana, al amanecer, las olas llegaban una tras otra como buscando mis pies.

jueves, 17 de septiembre de 2009

ocurrió en Tíbet


Tuve que detenerme por enésima vez.

La falta de oxígeno imponía su propio ritmo a mis movimientos.
El mal de altura me desdibujaba el paisaje y distorsionaba la realidad, mi realidad.

Bajé del coche en aquel desierto cercano al cielo y esperé a la noche.

Las estrellas rozaban el suelo y me pareció que al final del horizonte se acostaban sobre la llanura.

Me encontraba en Tíbet.

Y en Tíbet también me estaba buscando a mí mismo.

No sé bien si busqué más dentro o fuera.

Dudas por dentro, preguntas por fuera, todo ello aderezado con el olor a cera y manteca quemada.

Ofrendas. Mantras. Sutras.

Unas veces quisieron indicarme un camino…otras muchas me recordaban que no pertenecía a ese mundo.

Seguí un impulso y corrí tras unos pasos fugaces. Solamente recuerdo el olor a incienso.

Comprendí mi propia naturaleza. Aquella que se desdibuja con tanta facilidad entre fuegos artificiales.

Y entonces deseé poder adueñarme de aquel silencio y conservarlo para siempre.

Las túnicas naranjas de los monjes ondeaban, a mis ojos, como banderas de libertad.

Sus cánticos profundos se me clavaron en el estómago y seguían recordándome que no pertenecía a ese mundo.

Alma de exiliado.

Entonces decidí dejar de buscar.

Tal vez entonces comencé a encontrar.

Ahora los cánticos eran hermosas melodías capaces de liberar una enorme energía. Energía que quise absorber.

Comprendí que todo era mucho más sencillo.

Abandoné posturas aprendidas, y decidí mirar con mis ojos contaminados hasta lograr enfocar un horizonte nítido.

Aquella noche las estrellas eran las mismas, pero tan diferentes.

Aquella noche aprendí a liberarme de equipajes superfluos y a dejar que mis sueños soñaran libres.

Mi equipaje sigue siendo ligero y aquel silencio sigue colándose en mis sueños.

Como esa mirada que descubrí y que sigue jugando conmigo.

martes, 15 de septiembre de 2009

aquella aurora boreal


Siempre quise ver una Aurora Boreal.

Nunca he buscado una explicación científica porque no la he necesitado.

Según una leyenda esquimal, la aurora boreal era un sendero estrecho, sinuoso y peligroso que conducía a las regiones celestiales y su luz se debía a la llegada de los nuevos espíritus. Los de sus seres desaparecidos.

He visto auroras boreales y he quedado fascinado por su delicado movimiento y su manera caprichosa de aparecer y disolverse.

He sentido algo indescriptible al observarlas jugar conmigo durante más de una hora.

En medio de un lago helado. En medio de la nada.

Tanto en medio de nada.

Dicen que emiten un sonido cristalino. Yo creo que concentré todo mi ser en bailar con ella y no supe escuchar su música.

Aquella noche nos descubrimos y jugamos.

Estaba solo. Completamente solo por eso sé que ese delicado baile era para mí.

Fue hace unos años.

Ahora, que conozco la leyenda esquimal, me da miedo volver a buscar una aurora boreal.

Porque ahora falta alguien que no quería irse.

Manantial del que tomé sorbos de vida. Yo y otros más.

Quiero que la aurora vuelva para jugar conmigo y no sé si sabré hacerlo.

Tal vez aprenda a caminar a través de ese sendero y pueda llegar al otro lado.

Tal vez ya lo hice aquella fría noche sin saberlo.

De cualquier forma aquella primera aurora boreal sé que no volverá jamás.

Permitidme compartirla con vosotros.

sábado, 22 de agosto de 2009

de ojos y miradas


A veces las mejores vistas se obtienen cerrando los ojos.

Esta es una máxima que me acompaña y me recuerda que cuando me sienta deslumbrado por un exceso de estímulos, no deje de mirar hacia dentro. Hacia mí mismo.

He buscado miradas en cualquier rincón del mundo.

Miradas que me contasen sin saber. Miradas que me secuestrasen sin poder evitarlo. Miradas que me reconciliasen con lo que me estaban contando.

He visto miedo y esperanza. He visto deseo e ilusión. He descubierto la profundidad del desierto en unos ojos tuareg. Unos ojos sin fondo.

He huido de miradas que por buscarme me asustaron. Otras veces no he sabido ver lo que me decían y me he sentido desamparado.

He visto niños con mirada de niño.

He leído toda una vida en una mirada.

Tengo miradas grabadas que no he sabido interpretar.

He visto ojos enmudecidos que no se atrevían a mirar.

He compartido lágrimas con aquellos ojos que supieron hacerlo.

He sentido miradas clavadas en el corazón.

He sentido impotencia ante una mirada que me pedía ayuda.

He sentido escalofríos al cruzar una mirada.

He visto miradas tibetanas que hablan de sufrimiento con ternura.

He visto el fondo del mar en unos ojos y he querido bucear en ellos.

He sentido todo el dolor que ha sabido transmitirme la mirada de una mujer castigada. Fue en Nepal. Fue una mirada furtiva. Estaba aprendiendo a vivir de nuevo, dentro de lo posible. He compartido las miradas de aquellos que le ayudaban a ella y a otras como ella a confiar de nuevo en la vida. Ahí ví ojos sin mirada. Y ojos con la mirada perdida más en el tiempo que en el espacio.

Me he reencontrado con una mirada y me he zambullidlo en ella. Juega conmigo en sueños y no siempre entiendo lo que quiere decirme.
La descubrí hace años y estoy aprendiendo ahora a comunicarme con ella, a refugiarme en esos ojos.
Aquí me quedo.

martes, 12 de mayo de 2009

amanece sobre Tokio



Son las 4.00 de la mañana y está sonando el despertador. Estoy en Tokio. Llegue ayer, por lo que del jet-lag no voy ni a hablar. Claro que si son la 4 aquí, entonces… son las….. 9 de la noche para mí….es decir la hora que mi cuerpo intenta conservar como buena hasta que le demuestre lo equivocado que está.
Me estoy despertando a las 9 de la noche y me espera un largo día para aclimatar.
Este es el país del sol naciente y estoy levantándome antes que el sol. Tengo que mirar si eso figura en el Guiness de los récords, aunque dudo que nadie lo haya experimentado hasta ahora.
Mientras intento comprender la realidad, si es que existe a estas horas, el despertador insiste en que su hora es la buena y que no piensa desistir en su misión…..ahora recuerdo, me esperan para visitar y tomar fotos en la lonja de pescado. La mayor del mundo en lo que respecta al comercio del atún.
Pues para oler a pescado, francamente, me da lo mismo las nueve de la noche que la cinco de la mañana.
Pero lo más fascinante es la actitud del personal de hotel. Donde uno espera ver gente lastimosa con ojeras propias de esas horas (con o sin jet-lag, da igual) nos encontramos criaturas sonrientes que se inclinan ante nosotros con sonrisas sinceras y amabilidad, a otras horas, contagiosa. Aún llevo muy poco tiempo como para intentar comprender o asimilar, pero no para disfrutar de esa sincera y cordial amabilidad que durante toda nuestra estancia nos acompañó a cada momento. Otro día contaré como volví a la realidad al llegar a Occidente, concretamente a Paris donde hacía escala mi vuelo de regreso a Madrid, pero los vigilantes de seguridad, personal del aeropuerto y policías que miran el pasaporte con cara de asco, se encargaron de ello con una profesionalidad exquisita. De 100 a 0 en 1 segundo.
Tras visitar la lonja de pescado y tomar fotografías por espacio de dos horas nuestras sonrientes guías nos comunican la buena noticia de que por fin vamos a desayunar. Mi única duda era si empezar tomando fruta hasta saciarme o hacerlo con unos bollos y doble ración de café, pero quedó resuelta al instante cuando me aclaran que el desayuno es a base de sushi, ya que seguimos en la inmensa lonja. Emilio está entusiasmado y me intenta hacer comprender que es la ocasión de tomar el mejor sushi del mundo. Probablemente sea así, pues además de la buena fama que tiene, todo el mundo mostraba cara de felicidad mientras se comian “todo el pescao”.. ¡¡yo paso!!
Finalmente tras el sushi y mi desesperación, pudimos disfrutar de un maravilloso café de puchero en un minúsculo garito en el que apenas entrábamos los cuatro en fila.
Son las 9 de la mañana…o sea que para mí en España son las….decido dejar los cálculos y quedarme ya definitivamente en hora nipona porque me espera una apasionante semana en Tokio y aún estoy a tiempo de poder disfrutar de un desayuno “de los de verdad”. Y así lo hice.
“Pues parece que se le va cogiendo el punto a esta ciudad” ¿no Emilio?...
He creído ver que Emilio me ha hecho una reverencia, vaya con Japón algo se nos está contagiando.
Sayonara.

viernes, 8 de mayo de 2009

buscando una foto...me enamoré de una geisha


Kyoto, la visita a los templos resulta relajante y cautivadora. La paz se apodera de mi. He alcanzado el Nirvana, ya nada podrá alterar esta paz espiritual. Cierro los ojos y veo jardines Zen. Mi mente es un jardín Zen y en ella rastrillo los pensamientos eliminando el apego y el deseo.....
O eso es lo que yo creía....
hasta que levitando en mi burbuja espiritual, por las calles del viejo kyoto, perseguí una forma femenina, sinuosa, elegante que me devolvió a la realidad pero sintiendo más deseo que antes. Y donde había jardines Zen, solamente alcanzo a recordar ese lento caminar, esa perfección de movimientos, esa sensualidad más allá de todo lo comprensible.
Cambié a Buda por una Geisha y salí ganando en el cambio.
Menos mal que me queda la foto para no pensar que fue un sueño.